19/11/08


PT. VI


Una tenue luz primaveral se adentra por la ventana del lado más cercano a la puerta de salida de mi casa. Me fascino al ver las formas que adquiere al disgregarse con los colores y cortes del vidrio; pregunto en voz baja si eso fue lo que planearon quienes lo fabricaron, como para dispersar a quien lo observa y hacerlo sentir relajado en un momento en que tal vez su cabeza debería estar trabajando a mil por hora.



Hasta entonces iba y venía recorriendo los cuartos, porque no podía quedarme quieto un instante. Ahora, luego de entretenerme viendo cómo el polvo se eleva y termina reposándose en el suelo, consigo asentar en el sofá marrón de pana que ya por segunda generación llegó a mi pertenencia.



Pero, ¿qué es realmente lo que pretendo encontrar entre las figuras ociosas y el relajo que la luz me produce, o cuál es el sentido que aspiro darle? Eso mismo. Por la misma razón que uno le canta al viento o le pide a las nubes que se asomen cada tanto; que nos permita alejarnos de la realidad aunque sea un momento, que nos posibilite abrirnos a la imaginación y hacer de ella la realidad que buscamos.



Mientras dejo que la mía vuele distante.

4/11/08

La Compulsión en el Adiós. Parte V

PT. V

Un contraste atisbado por las resonancias espasmódicas de una sórdida voz sobre mis pulmones que lo sobrecargan apretándo el lado izquierdo con roces indulgentes de lamento, esta tarde de cielo fragmentado entre matices acaramelados de invierno difuso y estratos nublados de estrellas impacientes.

Arrítmica tu pulsión que dispara sobre mi vulnerabilidad de soslayo una rápida pero indirecta frialdad excipiente, provocándome convulsiones y el amerizaje en mis propias salinas hacia mi interior nuevamente; el dolor punzante que excava hacia afuera y la represión de mis alaridos por no querer darte por fin hoy.

La compulsión que me acompaña para no escucharme mientras camino por enésima vez pisando mis huellas en este cuarto, para recordar aquello que fue y lo que pudo ser, más el silencio resquebrajado por el parqué ya esfumado entre la tierra de las pesadillas de mi infancia que en amaneceres es presente.

De a poco me acoplo a la idea de que no todo está perdido y que puede resurgir victoriosa una última esperanza: es ella, la imagen de mi salvación, que me aceptará en brazos al desgastarse mi herida y convertirse en cicatriz; la luz a través de las cortinas, el sol a través del cielo, el cielo... a través de todo.

El polvo se convierte en la escultura divina que manifestará todo lo vivido. En su talón, la hipocondría, que al ser vencida dejará ir toda angustia acarriada hasta hoy. Y en su pecho, una coraza inviolable que al ser colocada no dará margen a desamor alguno. Creo tener una pequeña parte de la cura.

¿Por qué debo escucharte reír tan alarmante mientras yo estoy así, tan distante? Por qué seguir -me repito-, cuando vos estás tibia y yo deliro. Te odio, te odio, te odio. En esta histeria sin salida y sin más ataduras que mi final, las odas resuenan in crescendo y la escena se torna en blanco y negro. ¿Será un nuevo comienzo, será su cuarto intermedio o será lo que ya suponemos? Caen ríos de mis ojos, se interrumpe la música con el sollozo, y las palabras que lo eran todo ahora son llagas en mi rostro. La coraza imperdonable, las escamas del que madura, las internas del despido.